Los movimientos sociales en el
Perú de Hoy
Al efectuar un análisis de los
principales movimientos sociales en el Perú de hoy, con base en sus plataformas
reivindicativas, marcos identitarios y estructuras organizativas, podemos
distinguir dos grandes grupos. Primero los movimientos cuya problemática se
enfoca en cuestiones más bien sectoriales y económicas desde un lenguaje de
izquierda y estructura sindical (universitarios, docentes, campesinos, médicos,
etc.). Por otra parte, las diversas poblaciones que se organizan contra la
expansión de la industria extractiva, en especial minera y petrolera, apelan
para ello a revaloraciones étnicas y defensa de los recursos con base en una
organización más bien territorial (Cajamarca, Espinar, Islay, etc.). Ambos
grupos, surgen o se reorganizan en la última década, y expresan un profundo
malestar frente a la continuidad de las políticas neoliberales implementadas
durante el fujimorismo y la demanda de transformaciones sustanciales a la
normatividad y el marco ideológico predominante.
Respecto al primer grupo,
tenemos aquí diversas organizaciones sindicales vinculadas a alguna rama del
sector público. Es el caso por ejemplo del Sindicato de Trabajadores de la
Educación o la Federación Médica, por anotar algunos de los que más se han
movilizado en los últimos años reclamando mejoras salariales pero también
políticas educativas y de salud que los incluyan como interlocutores. Junto a
ellos puede incluirse a los trabajadores de los denominados “services” o
empresas de tercerización de servicios, las cuales se expandieron tras la
reforma laboral de 1992, lo cual precarizó el empleo y recortó derechos como
vacaciones y horas extras, entre otros. Medianas y pequeñas empresas en
expansión, como los textiles Topy Top o la fábrica de bebidas Kola Real, se han
valido de esta forma de contrato para incrementar sus ganancias, con ello deben
enfrentar ahora los reclamos del personal. Finalmente, se ubican los
estudiantes universitarios que en diferentes lugares del país protestan ante el
abandono en que sobrevive la universidad pública, tras años de recortes
presupuestales y represión política durante los años de conflicto armado y
posterior pacificación. Si bien a primera vista podía afirmarse que se trata de
demandas “economicistas” que se reducen al aumento de sueldos, salarios o
presupuestos, la acción de estas organizaciones remite a problemas de fondo
relacionadas con la continuidad del modelo económico, al poner en debate el
papel del Estado y del mercado en ámbitos como la educación y la salud.
Asimismo, plantean impugnaciones concretas tanto al marco normativo heredado
del fujimorismo, con una legislación laboral abiertamente favorable a los
empresarios, como a las inequidades derivadas de una política económica que,
pese al crecimiento sostenido del PIB, no resuelve problemas de exclusión ni
garantiza derechos para las y los trabajadores.
Tanto los sindicatos
mencionados como los estudiantes de las universidades públicas que protestan
podrían ubicarse cercanos a una identidad clasista sindical, más politizada y
cercana a los partidos que hasta fines de la década de los ochenta conformaron
el frente electoral Izquierda Unida. Posteriormente, en el contexto de represión
y violencia, tanto los sindicatos como los partidos políticos de izquierda a
los que se encontraban vinculados perdieron bases y se entramparon en pugnas
internas muchas veces con fuerte sesgo ideológico. Contribuyó a dicha crisis la
ausencia de recambio generacional así como el constante desprestigio de los
medios de comunicación y sectores empresariales. No obstante, vale mencionar la
renovada capacidad de movilización de estos sectores y sus esfuerzos por tender
puentes con nuevos grupos de trabajadores como los de servicios, que politizan
la lucha por mejoras salariales y laborales y la contextualizan en el marco de
la crítica a la continuidad del neoliberalismo en los últimos veinte años.

En el segundo grupo se ubican
los pueblos indígenas y comunidades afectadas por la industria extractiva, los
mismos que han protagonizado intensas y masivas protestas en puntos tan
disímiles del territorio nacional como Cajamarca, Arequipa, Piura o la
Amazonía. Se trata de diversas poblaciones que organizan la acción colectiva
frente al avance de proyectos mineros o de hidrocarburos, ensayando estructuras
organizativas, redes de solidaridad y liderazgos tanto locales como nacionales.
Las reivindicaciones de este movimiento se vinculan más bien a la defensa del
territorio como espacio de reproducción de la vida, por lo que presentan un
fuerte énfasis identitario desde lo étnico y comunitario, y señalan a la vez
como principal antagonista al capital transnacional, por la afectación —o
amenaza de afectación— socioambiental, la contraposición de cosmovisiones,
modelos de vida y formas de propiedad. Aquí se encuentra en primer lugar la
Asociación Interétnica de la Selva Peruana (aidesep) que agrupa diferentes
federaciones locales y regionales de las distintas etnias de la Amazonía con
amplia representatividad y capacidad de convocatoria tal como se evidenció en
los paros amazónicos de 2008 y 2009 contra una serie de decretos que
facilitaban la inversión extractiva en la selva. En el área andina, aunque la
fragmentación de organizaciones es mayor, se puede ubicar al Frente de Defensa
de Tambogrande en Piura que consiguió expulsar a la compañía minera canadiense
Manhattan, el Frente de Defensa de Islay en Arequipa que se opone al proyecto
minero Tía María de la Southern Perú, y el Frente de Defensa de Cajamarca que
lidera la lucha contra el proyecto minero Conga de la corporación Newmont. Si
bien existe la Confederación Nacional de Comunidades Afectadas por la Minería
(CONACAMI), ésta no ha logrado posicionarse como el referente organizativo
nacional.
En lo referido a la identidad
colectiva articulada por estos grupos, conviene destacar la crítica al modelo
de desarrollo predominante que plantean, al denunciar la desmedida extracción
de los recursos naturales ubicados en los territorios que ocupan y el avance de
la lógica del mercado para comprar, vender y concesionar la tierra y también
sus conocimientos. Se expone así un profundo cuestionamiento a la acción del
Estado que, lejos de ser un actor imparcial, favorece, promueve y defiende esta
dinámica de desarrollo al argumentar lo mucho que estas empresas benefician al
país y mostrar cifras de crecimiento macroeconómico. No obstante, los pueblos y
comunidades de la sierra y la Ama- zonía no han mejorado de manera sustancial
sus condiciones de vida, pues persisten altas tasas de pobreza y extrema
pobreza. Tal situación de exclusión es problematizada por estos movimientos
sociales, que configuran un horizonte crítico de gran potencialidad
transformadora pues además de exigir mejoras redistributivas, cuestionan esta
forma de “progreso” asociada al neoliberalismo. Si bien persiste todavía una
fuerte fragmentación con directivas poco consolidadas y débiles articulaciones
nacionales, resalta la capacidad de estos actores para desafiar el consenso
autoritario posfujimorista, articulando diversas estrategias organizativas y
repertorios de protesta que han logrado detener importantes proyectos
extractivos e iniciativas legislativas.
Ambos grupos de movimientos
han incorporado a sus estrategias de acción la participación en el terreno
político institucional a fin de lograr puestos de representación que les
permitan concretar sus plataformas desde el ámbito de la gestión. No obstante,
vamos a priorizar el análisis de los movimientos vinculados a los denominados
conflictos socioambientales tanto por su potencial para interpelar las
dimensiones económicas, normativas e ideológicas dominantes como por los
esfuerzos de desarrollar otras formas de organización y representación política
más ligadas a lo asambleario territorial. Los gremios y sindicatos, han
mantenido el vínculo con partidos de izquierda y en periodos electorales suelen
presentar a dirigentes suyos como candidatos en estos grupos, mientras que los
pueblos y comunidades afectados por la expansión extractiva ensayan otras
alianzas y acercamientos con los actores políticos. El énfasis en la
participación y la consulta, tanto como la desconfianza frente a los actores
políticos, son algunas características que marcan esta etapa, la cual da lugar
a encuentros y distanciamientos que marcan la pauta de nuevos desafíos.
III. Dinámicas políticas,
episodio uno: Acercamientos y representaciones
Tal como se mencionó, las
acciones de los movimientos sociales, en especial pueblos indígenas y
comunidades afectadas por la industria extractiva, han incluido también la
opción de competir electoralmente y lograr puestos de representación política
en las escalas local, regional y nacional. Son varios los puntos de evaluación
tomados en cuenta para tal decisión. Al parecer, existe la percepción
compartida de que la movilización da resultados, y así lo demuestra la
paralización de proyectos mineros importantes como Tambogrande o Tía María. No
obstante, esto ocurre a costa de un gran despliegue de recursos humanos y
materiales, así como de articulaciones locales, nacionales e internacionales.
Por otra parte, los resultados obtenidos generalmente no son definitivos pues
tienen que ver con políticas nacionales y aunque se logre detener el proyecto
no se anula la concesión pues queda latente la posibilidad de que otra empresa
pueda retomar la iniciativa a la postre. Finalmente, la dinámica misma de
construcción interna del movimiento y su arraigo territorial lleva a plantearse
con mayor sistematicidad desarrollar experiencias de gobierno local, y
participar en elecciones de municipios distritales y provinciales ante la
posibilidad de ensayar desde ahí proyectos productivos, de educación o salud de
corte más intercultural.
Para concretar la
participación política electoral, las vías contempladas por los movimientos han
sido diversas y los resultados no siempre favorables, pero han significado
importantes procesos de aprendizaje, interacción y acercamiento con actores
institucionales, sobre todo partidos políticos y organismos electorales que
regulan la participación. A partir del 2006, se identifican con mayor claridad
procesos de debate interno que devienen en la decisión de participar en el
terreno electoral. No es que antes no haya ocurrido, lo más probable es que sí,
pero ahora la decisión parte del grupo y no necesariamente responde a la
invitación del partido como sucedía antes. Es la organización la que decide
cómo, con quién y para qué participar en política.
Un caso importante de esa
etapa es el movimiento cocalero, el mismo que decide participar electoralmente
pero no logra acuerdo respecto a la mejor fórmula y se divide en dos grupos
distintos. Por un lado, los cocaleros del Valle del río Apurímac, que optan por
construir el “instrumento político”, formando el partido Qatun Tarpuy, el cual
logró la elección de dirigentes cocaleros directamente vinculados al movimiento
como regidores y alcaldes distritales. Por el otro, los cocaleros del Huallaga
que concretan una alianza con el Partido Nacionalista y aprovechan su inscripción
para colocar candidatos distritales al Parlamento Nacional.6 Otro caso
relevante es el del movimiento indígena amazónico, que desde sus distintas
bases regionales vinculadas a aidesep, deciden participar en la coyuntura
electoral, principalmente en municipalidades distritales y provinciales de
mayoritaria población indígena. Así lo hace por ejemplo el pueblo ashaninka en
los distritos de Pangoa y río Tambo en la selva central donde líderes
vinculados al movimiento son elegidos alcaldes, o el de los distritos de Nieva
y el Cenepa en Amazonas, donde ocurre lo mismo con los dirigentes awajum y
wampis.
Sería extenso analizar aquí
cómo se ha desarrollado la actuación de los movimientos sociales en la gestión
del poder en las escalas municipal, regional o parlamentaria y amerita un
estudio de mayor profundidad. En líneas generales destaca el esfuerzo
desplegado por los líderes electos y sus organizaciones tanto para lograr ganar
las elecciones como para una vez en ejercicio, desarrollar gestiones más vinculadas
a las dinámicas y necesidades de la población en los territorios donde son
elegidos. Sin embargo, tanto en el caso de los alcaldes cocaleros como en el de
las autoridades indígenas amazónicas, quedó en evidencia también el poco margen
de acción para establecer políticas y proyectos de envergadura y el escaso
margen para incidir en la política extractiva que los afecta directamente.
Asimismo, las autoridades vinculadas al movimiento enfrentan una doble presión,
tanto por parte de las bases y pobladores que les exigen mantenerse al frente
de sus demandas incluso como medidas de fuerza, como por parte del poder
ejecutivo que les reclama anteponer su condición de representantes del Estado.
La intención del gobierno de frenar la actuación de estas autoridades en el
terreno contencioso se ha valido además de la criminalización, llegando a
penalizar la participación de autoridades electas en movilizaciones y
protestas.7
Durante el año 2011 la
coyuntura electoral nacional se mostraba como oportuna y relevante para que los
movimientos sociales ensayaran estrategias y mecanismos en pos de ocupar
puestos de representación en el Congreso. Dado el panorama político de entonces,
Gana Perú, partido liderado por Ollanta Humala, se presentaba como el líder de
la oposición enarbolando un discurso abiertamente crítico al modelo neoliberal
y a la continuidad que representaban los candidatos de la derecha y centro
derecha encarnada por sus principales competidores, el ex presidente Alejandro
Toledo y la hija del ex presidente Fujimori, Keiko Sofía Fujimori. El
cuestionamiento a la clase política realizado por Humala y su énfasis en la
necesidad de realizar reformas a la política económica y extractiva encontró
gran empatía con la postura de los movimientos sociales. Dicha coincidencia de
plataformas y la ausencia de otras opciones transformadoras con opciones de
triunfo, resultaba ventajosa para congregar el voto opositor pero hacía menos
necesario suscribir alianzas y compromisos formales con las principales
organizaciones sociales movilizadas. De este modo, no se concretaron acuerdos
con aidesep que pretendían la candidatura parlamentaria de su presidente
Alberto Pizango, ni con la cgtp que esperaba postular a su secretario general
Mario Huamán. También quedaron fuera de la lista parlamentaria líderes locales
representativos de la lucha contra la minería en Arequipa o Cajamarca. Al
intuir que de todas formas las bases de estos movimientos acabarían votando por
Gana Perú, el humalismo prefirió no generar compromisos formales con sectores
que podían resaltar la imagen de “radical” que presentaba la prensa y lo
alejaba de las preferencias electorales de las clases medias urbanas necesarias
para llegar al gobierno.
Los sectores sociales
movilizados, específicamente las comunidades afectadas por la industria
extractiva y el movimiento indígena-amazónico, no lograron articular una
plataforma conjunta que ampliara sus posibilidades de exigir un trato con Gana
Perú en mayor igualdad de condiciones. Mientras aidesep concentraba esfuerzos
en inscribir su propio partido y los diversos frentes de Defensa tanteaban
acercamientos a grupos políticos minoritarios, se dejó de lado la posibilidad
de consolidar una propuesta unitaria. Ya ad portas de las elecciones, las
organizaciones ensayaron acercamientos con Humala por separado, cada cual con
sus líderes y agendas, y obtuvieron del candidato apenas algunos compromisos
generales. Los resultados electorales acabaron por demostrar que, en efecto,
Ollanta aglutinó el voto de los sectores movilizados, en un contexto de disputa
altamente polarizado. Una forma de aproximarnos a este encuentro de los
movimientos y de Gana Perú es analizando los votos obtenidos por los partidos
políticos en las provincias y distritos donde esos movimientos tienen mayor
presencia. En este sentido, nos centramos en las localidades donde se
desarrollaron protestas emblemáticas y también donde se ubican conflictos en
estado latente.
En el caso del movimiento
indígena amazónico, tomamos en cuenta tres criterios para seleccionar los
ámbitos de votación; el primero, las provincias más movilizadas durante los
paros amazónicos de 2008 y de 2009; el segundo, aquellas que presentan mayor
cantidad de población nativa, y el tercero los lugares donde existen conflictos
latentes con actividades extractivas que incluyen hidroeléctricas y forestales.
De modo general podemos afirmar que en la mayoría de provincias el triunfo de
Gana Perú es claro. En las provincias de Bagua y Condorcanqui en la región de
Amazonas los resultados fueron contundentes al influir la incorporación en la
lista parlamentaria de Eduardo Kayap, pastor evangélico awajum no directamente
vinculado a aidesep pero igual es elegido congresista por Amazonas. En ambas
provincias la Fuerza 2011, liderada por Keiko Fujimori, queda en segundo lugar
pero a una distancia larga, y más lejos aún los otros candidatos. Es distinto
el caso de la selva central (Satipo, Oxapampa, Chanchamayo): el único espacio
donde el fujimorismo obtiene el primer lugar con porcentajes significativos.
Tal aceptación fujimorista en una zona fuertemente afectada por el conflicto
interno armado, debe guardar relación con la memoria de Alberto Fujimori como
el artífice de la pacificación que apoyó a los Comités de Autodefensa y
posteriormente mantuvo su presencia con base en medidas clientelares.
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